¿Qué había detrás de la puerta?,
- me preguntaba -
... y sabía la respuesta.
... y sabía la respuesta.
Detrás de la puerta estabas tú
y yo no quería entrar.
Me apoyaba en la blanca
casi transparente pared,
respirando fríos pensamientos,
observando imágenes nubladas,
y el nudo que me ahogaba
ahuyentaba la realidad.
Detrás de la puerta
tus ojos grandes y suaves ya no brillan,
tus desgastadas manos yacían inmóviles,
y tu cuerpo tan pequeño,
tan viejo y querido
tan viejo y querido
no arrastraba sus muchos años
encorvados ya.
Ahora descansaba suave sobre un lecho
que ya dejó de ser tuyo,
brillante madera que te acuna
donde no esconde sueños de vida,
sino imágenes ya inertes.
Mis ojos nublados
desdibujaban tu suave presencia
murmurando palabras que no podía oir.
Y seguía allí, a tu lado,
no queriendo aceptar
que tú no volverías a llenar
esta casa silenciosa
con tus vacilantes pasos,
con tus vacilantes pasos,
que ya nunca escucharía
tu voz cansada y oscura a mi lado,
que no sentiría,
otra vez,
otra vez,
el tenue olor a cocina
que siempre tuvo tu abrazo,
ni el calor de esa mirada apagada
ni tus ásperas manos sobre mi cabello.
Nunca más.
A los pensamientos golpearon con su presencia
utópicos sueños, haciendo que,
el hasta ahora presente
pasara a formar parte
de un doloroso pasado.
Tú te fuiste con ellos,
y yo me quedé allí,
junto a tu helado cuerpo
aceptando por fin,
que la muerte te visitó.